lunes, 30 de mayo de 2011

Maternidad y Vida



En el apacible encanto del amanecer, al caer la tarde con su arrebatador encuentro de matices, o en noches cargadas de pasión, exaltados gestos y heladas miradas, se inicia la vida en cualquier parte del mundo. Millones de mujeres llevan en su ser las huellas del amor o desamor que vive, crece, palpita y deja rastros permanentes de posesión, dolor o ternura. Son historias fundidas en el tiempo y más allá del tiempo
Sobre los vientres abultados, se deslizan las manos. Un mar de pensamientos invade las horas de la espera, prediciendo esperanzas, anticipando el disfrute de tangibles vivencias; perfumando el espacio con fragmentos de ilusiones; susurrando en complicidad con el silencio.
Ahogando el temblor del desconcierto y la tristeza, otras callan. Arrastran su existencia entretejida entre los hilos del dolor y de la angustia, cuando el abandono y la soledad martirizan sus días. Víctimas de la aniquilante miseria moral y material, cuestionan el futuro, evocando el poder infinito del Creador.
Ayer y hoy, millones de mujeres que olvidaron sus esencias, decidieron expulsar de las entrañas las inocentes vidas, cuando apenas despuntaban en el horizonte. Otras, acarician con tímido temblor el lugar donde crece el anhelado ser. ¡Es un milagro! La emoción desbordante se transforma en toque delicado y tierno que nace de la total aceptación.
¡Alumbró la primavera su existencia!, en un tránsito lento o angustioso. Las sonrisas de las madres cubren la faz del universo, en un momento grandioso en que el dolor y la alegría se transforman en una paradoja.
Noches largas, horas de desvelos y ternuras. El llanto de los niños invade el espacio. Solícita y delicada, cada madre acuna su criatura, aunque sus ojos cansados intenten cerrarse y el dolor la doblegue.
Esa mirada inocente y la impredecible sonrisa que surca los labios del infante, hacen vibrar las fibras del alma. El terciopelo de una suave caricia deja huellas imborrables. Los primeros pasos tambaleantes, llenan de orgullo; la picardía inocente, la alegría y el lenguaje incipiente despiertan profundas emociones, avivan la esperanza y el compromiso de existir.
Pasa el tiempo, esa criatura comienza a cargar sobre su historia el reto del saber, el compartir, vencer las voces distorsionadas y las veleidades de la cultura absorbente y a veces tambaleante. En su mochila de esperanzas, despuntan los esfuerzos para ser lo soñado.
El tiempo transcurre. El ciclo del inicio de la vida comienza nuevamente y el adiós definitivo, también. Más quedan latentes en el devenir del tiempo verdades ineludibles: Ser madre es algo más que engendrar la vida. Es vivir cada momento llena de la presencia de sus hijos, a pesar de la distancia, del olvido, la irreverencia, la ironía, o la desaparición física.
Madre, aunque el desamor estruje el alma, la indiferencia erija murallas de abandono y desconcierto; aunque la maldigan o derriben sus sueños; aunque la ignoren cuando el árbol de la vida parece quebrarse.
Madre es querer obviar las distancias y el tiempo cuando la voz de los hijos se doblega ante la angustia y el desconcierto o la alegría llena sus vidas; sentir que se lacera el espíritu por su infelicidad y por los errores de su propio existir.
La maternidad entraña la auténtica alegría ante sus triunfos; compartir el pan y la palabra; abonar el espíritu con fortaleza y energía. Es dialogar sin barreras, disentir o asentir; mirar frente a frente al rebelde e insensato; sonreir con discreción y gratitud ante la realidad de un ser humanamente a la medida de sus sueños.
En un acto inconmensurable de solidaridad y altruismo, ser madre, muchas veces, es intentar cambiar la propia vida por la de los hijos, cuando la enfermedad o la angustia los aqueja; esconder sin malicia sus debilidades; querer sembrar en ellos la sabiduría universal, el respeto y la visión de eternidad. Es sentir y apaciguar las corrientes de la angustia en el cauce existencial, para no herir o fragmentar los vínculos delicados del amor.
Es vivir de manera consciente y responsable la extraordinaria misión de procrear y valorizar la vida; propiciar el ejemplo que dignifica, motiva y enaltece, sin falso orgullo o vanidad extrema.
Ser madre es iluminar, observar, bendecir aun desde el más allá.

Autora: Minerva Calderón

Fuente: La Información Digital

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