miércoles, 27 de abril de 2011

Educación real versus la educación necesaria






Vemos en la televisión, en carteles en las calles, en Internet, en diarios de circulación nacional, y cuanto medio de comunicación existe, la recomendación de que, hay que educarse; que en la educación formal está el futuro; que para que nuestro país avance y llegue en algún momento a salir del sub.-desarrollo debe haber más profesionales.
Todo esto está bien, pero existen algunas variables que no se están tomando en cuenta en el sistema educativo actual; por ejemplo, ¿quiénes están educando? ¿Qué tipo de persona es el educador? ¿Está educado el educador? ¿El educador que está en el aula hoy, es una persona capaz de formar al profesional del futuro? ¿Es emocionalmente maduro y seguro de sí mismo? ¿Qué personalidad y cuales actitudes tiene el educador en las aulas, hoy día?
Todas estas interrogantes responden al hecho de que, la educación, principalmente la pública, está siendo ejercida por profesores que, en su mayoría se han graduado en educación pensando más bien en los “beneficios” que genera esta profesión; vacaciones largas tanto en navidad, como en verano, la garantía de una plaza de trabajo y una pensión segura después de un par de décadas de labor. Muchos de estos educadores, vivieron situaciones de abuso por parte de sus respectivos maestros, ya que aún en los 80's y 90's el profesor tenía derecho a “corregir” de la manera que quisiera al estudiante, y eran los mismos padres quienes les decían a los profesores: “ese muchacho es suyo”, “si no hace lo que usted le dice, déle una pela” , entre otras frases que los adultos de hoy recordarán haber escuchado a sus padres o los de algún conocido. Era frecuente el castigo público cuando el estudiante no respondía de la manera que el maestro esperaba; estaba vetado pensar o analizar; y los que se atrevían a hacerlo eran muchachos y muchachas “raros” que no se adaptaban; el aprendizaje era básicamente serial o memorístico, era cuestión de “embotellarse” la clase y eso garantizaba pasar los exámenes que eran, en su mayoría, el 100% de las calificaciones.
Éstos muchachos que escucharon a sus profesores decir “¿es que tú eres bruto?” “si no te aprendes la tabla, no vas a pasar de platanero”. Esas frases y muchas más, con connotaciones incluso más serias, las recuerdan profesionales de hoy, quienes suelen decir: “el profesor de antes era una autoridad, incluso mayor que los padres, porque ellos eran los que sabían, y te volteaban de una galleta si tú te atrevías a contradecir algo que ellos dijeran”
En psicología, existe lo que llamamos Profecía autocumplida, la que explica que cuando le decimos a un niño: “tu eres bueno”, “eres lindo” o “eres malo”, “eres bruto” él o ella asume que es cierto e inconscientemente busca conformarse y ser lo que el adulto dice que el o ella es. Por eso, el estudiante al cual el profesor tilda de “bruto” sigue sin aprender y el maestro dice: “¿ven lo que digo?, es que es bruto”. Claro, como toda regla, ésta tiene su excepción; en este caso, depende del carácter y la personalidad del alumno.
Si el o la muchacho/a tiene una buena autoestima de base, traída de la formación y el afecto familiar, es probable que tenga los mecanismos requeridos, para que quiera demostrar ante el o la profesor/a que se equivocan; y aún más si encuentra a alguien, ya sean sus padres o un orientador escolar, que le manifieste confianza en su capacidad. Sin embargo, no es el caso de los que vienen de hogares disfuncionales o destruidos, los que han o están pasando por procesos de separación, divorcio o violencia intrafamiliar, que dicho sea de paso, es el pan nuestro de cada día en un gran por ciento de la población estudiantil de las escuelas públicas del país. Los niños con estas condiciones, no tienen mecanismos de defensa contra este tipo de abuso y tienden a caer en depresiones con facilidad, condición que rara vez se diagnostica y trata adecuadamente.
Es común escuchar a estudiantes decir: “la profesora dice que yo soy un vago, así que pa' que voy a hacer tarea” ó “el profe dice que yo pa' lo que doy e'pa' delincuente, ¿pa' qué ponerse a estudiar?” éstas son frases que escucho a diario en estudiantes, principalmente de escuelas públicas. También escucho frases como: “yo quiero ser profesor cuando sea grande y darle clases a los hijos de tal profesor, pa' que el o ella sepa lo que se siente” ó “yo voy a tener dinero como sea, pa 'venir donde tal profesor y que me tenga que decir Don fulano”
Estos pensamientos no difieren mucho de lo que los adultos de hoy pensaron en su momento. Hoy se encuentran muchos en las aulas haciendo lo mismo que les hacían sus profesores, con ligeras modificaciones; las actitudes de las que se quejaban, hoy forman parte de su comportamiento como educadores. Y no es que lo hagan a propósito, es una forma de “vendetta” inconsciente, es la forma en que funciona el odio y el desprecio; se llaga a despreciar tanto algo que uno convierte en lo despreciado.
Analicemos, La República Dominicana es el país con mayor cantidad de profesionales por kilómetro cuadrado de América Latina; y estamos en los últimos lugares en calidad de educación. Entonces me pregunto ¿Para qué tanto título? ¿Para qué 1000 horas de clase, cuando lo de la calidad queda como una frase carente de realidad? ¿Para qué tantas universidades, si los estudiantes obtienen un título más no así la formación que los podría acreditar como verdaderos profesionales? Y tomando en cuenta que la ley asigna a la educación un 4% del PIB, aunque la realidad dista en más de la mitad de esa cantidad, podríamos especular y darle un 0.5 de ese 4% para educar a nuestros educadores. No hablo de los que están en las universidades, me refiero a los que están ejerciendo el magisterio. Les vendrían bien algunos talleres y diplomados en ortografía, redacción, dicción y proyección de voz, manejo de conflictos, aprendizaje significativo, asertividad, inteligencia emocional, crecimiento personal, proyecto de vida, entre otros. Que se les ofreciera la oportunidad de superar los obstáculos personales y profesionales que les dificultan hacer su labor con el 100% de su efectividad.
Sólo para que pensemos y analicemos. Podemos siempre hacer las cosas mejor de lo que las estamos haciendo; para ello, hace falta el autoanálisis y la capacidad de ver nuestras faltas, porque sólo así crecemos y nos hacemos mejores. Un país no es un pedazo de tierra, sino su gente, las personas que lo habitan; y solo si cada persona busca ser mejor es que tendremos un mejor país; sólo cuando nos desarrollemos como individuos ecuánimes y responsables, tendremos un país
desarrollado.



La autora es Psicóloga Clínica. Ha sido Directora del Departamento de Orientación de UTESA, tanda vespertina, durante los dos últimos años. Ejerce la psicología educativa en el sector público.

Fuente: La Información

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