


Los avances en materia de alfabetización son un tema para celebrar, ya que el número de persona alfabetizados a nivel mundial ha llegado a cerca de cuatro billones. Sin embargo, la alfabetización para todos - niños, jóvenes y adultos - es todavía una meta lejana. El continuo aplazamiento de esta meta es resultado de una combinación de factores, como el trazado de metas demasiado ambiciosas, los esfuerzos insuficientes o descoordinados, y la subestimación de la magnitud y complejidad de la tarea. Las lecciones aprendidas en las últimas décadas dejan en claro que lograr la alfabetización universal requiere no solo de mayores y mejores esfuerzos, sino de una voluntad política renovada para pensar y hacer las cosas de manera diferente a todos los niveles: local, nacional e internacional.
En su resolución A/RES/56/116, la Asamblea General proclamó el decenio 2003-2002 como "Decenio de las Naciones Unidas para la alfabetización". El siguiente año, en la resolución A/RES/57/166 recibió con beneplácito el Plan de Acción Internacional para la Década y puso en manos de la UNESCO la coordinación de las actividades emprendidas en el plano internacional.
En el mundo hay más de 776 millones de adultos analfabetos
• Más de 75 millones de niños no van al colegio
• Los índices de absentismo y de abandono escolar son proporcionales al nivel de pobreza de las familias
La alfabetización es un derecho humano esencial para el desarrollo, sin el que no sería posible cumplir ninguno de los Ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio. La posibilidad de leer o de comprender los documentos escritos (analfabetismo funcional) está intrínsecamente relacionada con la erradicación de la pobreza y con el desarrollo de los pueblos y sociedades.
Está demostrado que la educación contribuye a reducir los índices de mortalidad infantil, a conseguir la igualdad entre hombres y mujeres y a asegurar el correcto funcionamiento de las instituciones y con ello, la democracia y la paz.
PARA APRENDER, NUNCA ES TARDE
En Tegucigalpa, en el barrio de La Colonia, malviven miles de personas; hacinados entre basuras, desperdicios y miseria, hombres y mujeres pasan sus días apañándoselas para sobrevivir en una ciudad que les ha dado la espalda. En La Colonia todo está en cuesta, como si, hasta solo por caminar, se requiriese un esfuerzo adicional. Las calles y las casas se han ido construyendo, sin orden ni concierto, en las escarpadas laderas que van a desembocar en un pequeño riachuelo, contaminado por las basuras y desechos.
En una de esas laderas, desafiando a las fuertes lluvias estacionales, se levanta la casa de Ramona María Torres, Doña Monchita. Construida con palos, chapas y cartones, sirve de cobijo a una familia de 20 miembros. Doña Monchita, la más anciana, convive con hijos y nietos. Algunos, las mujeres, fabrican tortitas de maíz que luego venden a sus vecinos y a los establecimientos hoteleros cercanos. Otros, duermen la borrachera diaria tirados sobre los colchones que comparten con más miembros de la familia. Y, mientras los niños juegan en la calle, Doña Monchita, que en sus 71 años de vida "no ha hecho otra cosa que trabajar", dedica horas al estudio. Gracias a ACOES (Asociación Colaboración y Esfuerzo), que dirige el padre Patricio Larrosa y que recibe el apoyo de organizaciones como Manos Unidas, la anciana hondureña no solo ha aprendido a leer, sino que ya puede mostrar con orgullo el diploma que acredita sus excelentes calificaciones en tercer y cuarto grado. "Ahorita, explica la veterana estudiante, no puedo trabajar tanto, porque tengo que estar estudiando, que quiero pasar el sexto grado".
Doña Monchita es solo un ejemplo de la labor que el padre Patricio lleva a cabo en Tegucigalpa. Más de 5.000 mil niños y ancianos se benefician del trabajo, que sobre todo en el campo de la educación, realizan el sacerdote español y las decenas de voluntarios que le apoyan. Cada día, niños y mayores acuden en turnos de mañana o de tarde, a los centros de reunión donde reciben apoyo, capacitación, formación en higiene y nutrición y una comida, probablemente, la única del día.
El futuro llegó para Ramona a los 71 años, pero, probablemente, el ejemplo de esfuerzo y la colaboración de estos jóvenes voluntarios hondureños, salidos de barrios como de la Isla o la Colonia, permitirán hoy a muchos niños soñar con una vida que sus mayores no tuvieron.
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